Jesús se arrodilla para Tomar nuestro Lugar


La gracia es más grande de lo que imaginamos y más de lo que merecemos…Max Lucado nos relata el episodio en donde Jesús salva a la mujer sorprendida en adulterio.





Ella apenas tuvo tiempo de cubrir su cuerpo antes de que caminaran por las estrechas calles. Los perros ladraban, los gallos corrían, las mujeres se asomaban por las ventanas. Las madres quitaban a los niños del camino, los comerciantes se asomaban desde sus tiendas.

Jerusalén se convirtió en un jurado de brazos cruzados y miradas fija, ya con un veredicto de culpable. Y si no fue suficiente la redada y el desfile de la vergüenza para ellos, los hombres la arrastraron en medio de una clase bíblica matutina.

Juan 8:4 “…Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices?”

Los asombrados estudiantes se quedaron de un lado, los piadosos demandantes del otro. Tenían sus dudas y convicciones. “Esta mujer fue sorprendida” dijeron “hallada en el preciso instante del adulterio”.
La mujer no tenía salida, fue sorprendida ¿Suplicar por misericordia? ¿de quién? ¿de Dios? Sus portavoces apiñaban rocas y piedras, solo vociferaban. Nadie hablaría por ella.

Pero alguien se arrodillaría por ella.
Jesús se inclinó y escribió en la arena. Se inclinó más que nadie, a los pies de los sacerdotes del pueblo, incluso de aquella mujer. Los acusadores la miraban pero para mirar a Jesús tenían que mirar aún más abajo.

Se inclinó para lavar pies, para abrazar a los niños, para sacar a Pedro del mar, para orar en el jardín. Lo hizo ante el poste romano de los flagelos, lo hizo para cargar la cruz.

La gracia es un Dios que se arrodilla.
Se arrodilló en nombre de la mujer. Se puso a sí mismo entre ella y la turba, y dijo “si, lapídenla, pero aquellos que jamás han pecado que arrojen la primera piedra.” Los acusadores cerraron sus bocas y las piedras cayeron al suelo.

La gracia es más grande de lo que imaginamos y más de lo que merecemos.


Jesús le pregunta a la mujer: “¿Dónde están tus acusadores?” Que curiosa pregunta, no solo para ella sino también para nosotros.
Voces que nos condenan. Voces que nos dicen “no eres tan bueno”, “jamás mejorarás”, “fallaste otra vez.” Esas voces en nuestro mundo y las voces en nuestras cabezas.

El apóstol Juan lo llamó el “acusador”, el que acusa a nuestros hermanos y hermanas frente a nuestro Dios día y noche. A diferencia de la convicción del Espíritu Santo, las condenas de Satanás no traen ningún arrepentimiento, ninguna solución, solo traen rencor y su objetivo matar, hurtar y destruir. Robar nuestra paz, asesinar nuestros sueños y destruir nuestro futuro.

La condena, este es el producto preferido por Satanás, y si lo dejas, él repetirá el escenario de la mujer adultera contigo mientras tú se lo permitas. Pero él no tendrá la última palabra porque Jesús ha actuado en tu nombre.
Él se arrodillo tanto por ti como para dormir en un pesebre, trabajar en una carpintería, lo hizo para dormir en un bote pesquero. Tan bajo para ser escupido, abofeteado, clavado, lastimado y sepultado.

Pero él se levanto por la mujer y silenció a sus acusadores y él hace lo mismo por ti. En la presencia de Dios, desafiando a Satanás, Jesucristo se levanta en tu defensa asumiendo el papel de sacerdote.

Cristo ofrece una eterna intercesión ante el Padre en nuestro nombre. Tenemos un abogado con el Padre, a Jesucristo el justo. Así que por lo tanto no habrá ninguna condenación para aquellos que están en Cristo Jesús.
La gracia es más grande de lo que imaginamos y más de lo que merecemos.


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