Devocional Diario

La Sombra del Gigante | 1 Samuel 17:50

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Encuentra inspiración en este devocional para enfrentar y vencer a los desafíos, al igual que David enfrentó a sus gigantes.

El único ruido que se escuchaba de las tropas israelitas, era el sonido que hacían las temblorosas rodillas de los soldados o tal vez el castañeteo de sus dientes al unísono. Con su estrategia fundamental de intimidación, hasta ese momento Goliat había tenido un eminente éxito. Sus amenazas sonaban como un estampido a través del valle. Lo hacía con una escalofriante regularidad, y producía el resultado deseado: temor.

El relato inspirado de esta historia nos informa que esos monótonos estallidos que brotaban de los labios del gigante, resonaron cada mañana y tarde durante cuarenta largos días. Sin embargo, el amanecer del día cuarenta y uno marcó el comienzo del fin del gigante de Gat. A unos dieciséis kilómetros de distancia, un hermoso y musculoso adolescente – el más pequeño de una familia de ocho muchachos – fue enviado por su padre a cumplir un encargo.

Aquel inocente mandado resultó ser un suceso trascendental en la historia del pueblo judío. Todavía con la imagen fresca en su mente, del desierto, de los senderos de la ovejas y lo que es más importante, de la impresionante presencia de Dios, David se detuvo y observó con asombro e incredulidad lo que ocurría en el campo de batalla. La escena que tenía frente a él era sorprendente para un joven cuyo intachable carácter había sido nutrido en la soledad y engendrado en actos secretos de valentía.

El joven pastor simplemente no podía creer lo que veían sus ojos. Rechazando aceptar la justificación de sus hermanos y las amenazas del gigante, David conoció el juego de la estrategia filistea y la soportó por medio de una fe pura y sólida. Usted conoce bien el resultado. Con una honda de cuero muy usado, una suave piedra y una confianza inquebrantable en su Dios todopoderoso, David presentó a Goliat y a las hordas filisteas al Señor de los ejércitos, cuyo nombre ya habían blasfemado lo suficiente. El relato concluye con una declaración profunda: Así venció David al filisteo con honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en su mano. 1 Samuel 17:50

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David conoció el juego de la estrategia filistea y la soportó por medio de una fe pura y sólida.

Qué interesante contra estrategia. Aun hasta nuestros días permanecen dos verdades eternas en cuanto al arte de la guerra contra los gigantes. Ambas son tan apropiadas hoy como lo eran en los días de Goliat. No se consigue prevalecer sobre los gigantes usando sus mismas técnicas. Esa es la primera lección para todos nosotros.

A Goliat con todo su poder, su ruido y su armadura de hierro y bronce, bien se le podía haber confundido con un gran barco de guerra. Por supuesto que no ocurría lo mismo con David, quien ni siquiera llevaba espada. Su más grande pieza de armadura, el arma letal que lo hizo único y le dio la victoria, fue su escudo interior de fe. Este lo mantuvo libre del temor, le dio firmeza para soportar las amenazas, le dio una compostura imperturbable en medio del caos y además, aclaró su visión.

En segundo lugar, no se consigue vencer a los gigantes sin tener gran destreza y disciplina. Para ser guerreros de Dios y para pelear a su manera, se requiere más destreza y control que lo que uno se imagina. Usar la honda y piedra del Espíritu es algo mucho más delicado que usar el garrote de la carne, pero cuán dulce y definitiva es la victoria cuando la piedra da en el blanco.

¿Está usted enfrentando un gigante? Lo invito a que vayamos al archivo en el que guarda esas horribles fotos de los “gigantes más buscados” por el Señor. Es muy posible que usted en esta misma semana se haya encontrado con uno o varios de ellos. ¿Está siendo intimidado por uno de esos gigantes? ¿Ha llegado la intimidación a un nivel insoportable? ¿Le duelen los oídos por sus constantes amenazas? Le ruego que no corra, pero tampoco lo animo a que comience a buscar un garrote más grande. Actúe como David. Entregue su Goliat al Señor, el matador de gigantes.

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Explíquele al Señor cuán deseoso está usted de que Él gane la victoria y no el gigante; y reconozca que tampoco puede ganar usted, sino Él.
De manera que lo invito a que tome su honda, y no olvide la piedra. Así estará listo para un tiempo de victoria.

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